«Ahora», los laicos, por Carlos Salcedo Peñalver

Por revist_Admin Mar 1, 2024

Una vez finalizado el LXXV Aniversario de la Fundación de Hermandades, queremos seguir en la línea que marcó la jerarquía de la Iglesia, de los años cuarenta del pasado siglo, al fundar una institución “de masas” y volcada en el mundo del trabajo.

La iniciativa de la jerarquía, que recogía las inquietudes sociales y apostólicas de un grupo de mujeres y hombres, se concretó en 1947 en una institución de apostolado “especializado”, esto es, no dependiente de la Acción Católica y del que se ejercía en las distintas parroquias de Madrid. Esta institución (Movimiento), con una identidad y organización propia, fue el lugar en que tantas mujeres y hombres, de “primera hora”, volcaron generosamente su amor al prójimo. Primero en Madrid y luego en el resto de España, vivieron su catolicismo con fidelidad a la Iglesia y al carisma y legado espiritual de D. Abundio García Román, realizando una labor social impagable que remedió muchas necesidades de la sociedad española de aquellos años, además de vivir su ideal de santidad cristiana como sólo Dios puede valorar.

En esta revista rememoraremos y recrearemos, en la medida de lo posible, este marco histórico, tanto anterior como posterior a la fundación de Hermandades del Trabajo, Pero no nos quedaremos en la historia, de una forma nostálgica o por pura erudición. Queremos aprender lo que la historia nos enseña pero, sobre todo, queremos aprovechar el ejemplo que nos han transmitido no sólo los católicos de Hermandades, sino también otros de otras instituciones y de otras épocas anteriores, para proyectarlo a nuestra misión como laicos en el presente y hacia el futuro, como modestos “labradores” de la Viña del Señor y contando con la ayuda del Espíritu Santo que se envió a la Iglesia después de la Resurrección de Jesucristo.

La hora de los laicos

Creemos que es la hora de los laicos. Así hemos titulado la portada de este número. “La hora de los laicos”. Tal vez sería preferible la expresión que empleamos aquí: “Ahora”, los laicos, entendido el adverbio no como un instante sino como un “ahora” que se va desplazando en la línea del tiempo. Es una forma de poner énfasis en una tarea presente que va a tener continuidad en el futuro. Pero realmente, siempre ha habido “laicos” en la Iglesia cristiana, indudablemente con otras denominaciones y otro concepto distinto de lo que hoy entendemos cuando utilizamos esta palabra. En los años a los que hemos hecho referencia se hablaba de “círculos católicos”; catolicismo social, apostolado seglar y otros parecidos.

Se trata de una forma de nombrar a personas con un cierto compromiso temporal y que no son sacerdotes ni religiosos. En el sentido moderno, este vocablo nos remitiría a unos tiempos un poco anteriores a la llamada “cuestión social” y al magisterio de León XIII, es decir, al último tercio del siglo XIX. Y con el sentido que hoy le damos al término, se utilizó y se definió como vocación específica en el Concilio Vaticano II.

Aniversarios para recordar

Hemos cumplido ya los sesenta años del inicio de este gran acontecimiento eclesial y pronto los hará de su finalización. En noviembre de este año se cumple el sexagésimo aniversario de la constitución dogmática Lumen Gentium y, en 2025, será el de la Gaudium et spes. Estamos pues de aniversarios y hay que recordar y releer estos documentos porque estamos convencidos de que todavía no se ha aprovechado toda la enseñanza de estos textos y otros del Vaticano II.

Igualmente, acaban de cumplirse treinta y cinco años de la Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Christifideles Laici y, también en noviembre próximo, hará treinta años de la publicación del documento de la Conferencia Episcopal,  La Pastoral Obrera de toda la Iglesia, en la que tuvo un papel de primer orden nuestro querido obispo, Mons. Antonio Algora.

Todos los documentos citados, que tanto nos han enseñado y servido en nuestra labor cristiana, debemos volver a leerlos y, yo diría; digo, estudiarlos.

Finalizamos los acontecimientos históricos con otro muy reciente, el Congreso de Laicos 2020, celebrado en Madrid pocos días antes de la pandemia que nos tuvo recluidos una larga temporada y tanto dolor nos causó. Los frutos y trabajos pastorales de este Congreso distan mucho de estar acabados.

El Concilio Vaticano II

El 28 de octubre de 1958 Angelo Giuseppe Roncario fue elegido papa, muy próximo a cumplir 77 años, y tomó el nombre de Juan XXIII. Su elección parecía destinada a cubrir una etapa de transición, como una solución entre las posiciones tradicionalistas y las progresistas. Uno de sus primeros actos fue la convocatoria de un nuevo concilio a los tres meses, 25 de enero de 1959, de su subida al solio pontificio.

El acto de apertura del Vaticano II tuvo lugar el 11 de octubre de 1962. El nuevo papa, en el discurso de apertura del Vaticano, “Gaudet Mater Ecclesia, Alégrese, la Santa Madre Iglesia”, recordaba que, después de dos milenios, Cristo seguía siendo el centro de la historia y de la vida y producía frutos de bondad, de orden y de paz. En esta proclamación inicial el pontífice señalaba ya los tres fines que el Sumo Pontífice asignaba al concilio:

  1. El diálogo o la mirada de la Iglesia Católica sobre sí misma.

El Papa definía el fin primordial del Concilio en la custodia del depósito de la fe y en la enseñanza de su doctrina para los hombres en su camino transcendente, enseñanza que comprendía al hombre entero; compuesto de alma y cuerpo.

El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina (revelación) sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz (magisterio). Doctrina que comprende al hombre entero, compuesto de alma y cuerpo; y que, a nosotros, peregrinos sobre esta tierra, nos manda dirigirnos hacia la patria celestial”.

De manera que para perseverar en tales frutos era necesario: “que la Iglesia no se aparte del sacro patrimonio de la verdad, recibido de los padres. (tradición)

  • El diálogo con el mundo.

Pero, al mismo tiempo, debe mirar a lo presente, a las nuevas condiciones y formas de vida introducidas en el mundo actual, que han abierto nuevos caminos para el apostolado católico. […]  el espíritu cristiano y católico del mundo entero espera que se dé un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que esté en correspondencia más perfecta con la fidelidad a la auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola a través de las formas de investigación y de las fórmulas literarias del pensamiento moderno

  • El diálogo de la Iglesia con las Iglesias separadas.

Desgraciadamente, la familia humana todavía no ha conseguido, en su plenitud, esta visible unidad en la verdad.

La Iglesia católica estima, por lo tanto, como un deber suyo el trabajar con toda actividad para que se realice el gran misterio de aquella unidad que con ardiente plegaria invocó Jesús al Padre celestial, estando inminente su sacrificio. […] En este punto es motivo de dolor el considerar que la mayor parte del género humano –a pesar de que los hombres todos han sido redimidos por la Sangre de Cristo– no participan aún de esa fuente de gracias divinas que se hallan en la Iglesia Católica.” (Diálogo interreligioso, especialmente con las Iglesias separadas, ut unum sint, “para que todos sean uno”, Jn 17, 21.

[Continuará]

Artículo extraído de la revista A hombros de Trabajadores elaborada por el Centro de Hermandades del Trabajo Madrid.

Carlos Salcedo Peñalver

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