En primer lugar, pedir disculpas por la demora en publicar la segunda parte de este artículo, debido a que hemos querido dar prioridad a temas de actualidad como la Nueva realidad del mercado laboral y la problemática de Migrantes y refugiados. Retomamos, pues, esta segunda parte dedicada a algunos problemas sociales y religiosos que se plantearon en el primer tercio del siglo XX y que se desbordaron con la Segunda República, el 14 de abril de 1931.
Son problemas religiosos, sociales, y aún políticos, que ocurrieron en un marco histórico, del que solo queremos dar unas pinceladas que nos ayuden a comprender algunos “acontecimientos que vivió la España del primer tercio del siglo XX”, a los que nos referimos en el artículo anterior.
Terminamos dicho artículo con el asesinato de Dimas Madariaga, en Piedralaves, al poco de comenzar la Guerra Civil. La bibliografía sobre la Guerra Civil es abundantísima, por lo que solo nos preguntamos, sin pretender una respuesta, ¿cómo fue posible la guerra civil? Un buen libro nos parece fundamental, a estos efectos: García Escudero, José María, Historia política de las dos Españas, (2ª edición), Cuatro volúmenes. Editora Nacional.
El origen histórico de las dos Españas
Es una cuestión que no carece de interés: el momento histórico en que se enfrentan las dos Españas. Hay autores (Gonzalo Pérez-Boccherini Stampa) que sitúan este origen en el momento de la Ilustración, con la Revolución francesa de 1789, que en España se manifiesta en la Constitución de Cádiz de 1812. Añadamos otros factores coadyuvantes: a nivel europeo la revolución de 1848; el marxismo de Karl Marx, rama de izquierdas de la escuela hegeliana y los cambios científicos y económicos que propician la revolución industrial y completemos el cuadro con el convulso y agitado siglo XIX español, influido por estos hechos y por la propia decadencia española, cuyo inicio podemos fechar en la Paz de Westfalia, en 1648.
En otro momento, y con otros propósitos, nos plantearemos la llamada “cuestión social”, al magisterio de León XIII y sus sucesores y a los orígenes del catolicismo social en España. Incluso del Movimiento Obrero, de carácter primero anarquista y luego socialista, que surge de la Revolución de 1868. Ahora volvemos al periodo previo a la contienda civil.
Distintas teorías y prácticas políticas sobre España
Hay, al menos, cuatro enfrentamientos que se han ido fraguando en el proceso de modernización de España, y que se plantean con toda su crudeza con el advenimiento de la II República. En primer lugar, hay que decir que el derrumbe de la Monarquía de Alfonso XIII se produce por unas elecciones municipales que no necesariamente tenían que haber provocado un cambio de tal magnitud, pero el hecho es que así ocurre. “España se acostó monárquica y se levantó republicana”, en abril de 1931. El segundo es el de los que buscan repetir la “experiencia” de la Primera República y abogan no solo por una España regionalista o autonomista sino potencialmente separatista, frente a la España centralizada. El tercero es consecuencia de la modernidad y secularización, confesionales vs laicistas. Y el último, pero no menos importante, el originado por la cuestión social y la influencia de las ideologías revolucionarias. Esto es, progresistas contra conservadores, o mejor, proletariado frente a burguesía.
Feliciano Montero, autor de una tesis sobre Reformismo conservador y catolicismo social en la España de la Restauración 1890-1900”, ha seguido un relato historiográfico en el que explica estos enfrentamientos que vienen desde 1898 como una lucha dialéctica entre clericales y anticlericales, como una consecuencia de la incipiente modernización y su correlativa secularización.
¿Qué es España?
Podríamos mencionar un quinto factor, que no es otro que la forma de entender el ser de España, sus esencias y sus problemas; que claramente arranca de 1898. Menéndez Pelayo escribe en 1882 su Historia de los Heterodoxos y unos años más tarde Unamuno y Ganivet se plantean la importante cuestión sobre el ser de España. Los dos priorizan las creencias culturales a las formas políticas; los dos suspiran por las fuerzas latentes (la intrahistoria, en Unamuno; el espíritu, en Ganivet); y, sin embargo, los dos terminan enfrentándose en la cuestión esencial: Unamuno pide que se abran las ventanas a los vientos europeos (“no dentro, fuera nos hemos de encontrar”), mientras que Ganivet opina lo opuesto”.
En estas fechas Unamuno no salva siquiera a los prohombres literarios ni a los santos españoles. Nuestras gestas y grandezas pasadas son una pesada herencia que hay que abandonar.
No podemos olvidar el movimiento regenerador de Joaquín Costa, “escuela y despensa” y el ideal educativo de la propia Institución Libre de Enseñanza. En todo caso, el predominio cultural lo tenía la izquierda que agrupaba a la mayoría de los intelectuales y clases profesionales: abogados, profesores de universidad, maestros de escuela que habían estudiado en la Institución y simpatizaban con las ideas progresistas. Su lugar de reunión era el Ateneo de Madrid, centro de la vida política y literaria del siglo XIX. El Ateneo fue cerrado por Primo de Rivera y se convirtió en un fortín republicano. El mismo Manuel Azaña fue elegido presidente del Ateneo pocos meses antes de la caída de la Monarquía.
[Continuará.]