El relato del evangelio de hoy nos presenta tres reacciones ante la resurrección de Jesús: podemos pensar que es un fraude (María Magdalena), no saber qué pensar (Pedro) o dar el salto misterioso de la fe (el discípulo amado). Y a dar ese salto nos incita el pasaje evangélico; a hacer nuestra la bienaventuranza que pronunció Jesús en la segunda aparición del Resucitado a los discípulos -esta vez, presente el incrédulo Tomás «¿Porque me has visto tienes fe? Dichosos los que tienen fe sin haber visto «(Jn 20, 24-29).
Dice el refrán castellano que «ojos que no ven, corazón que no siente»; pero, como afirma Darío Mollá, el evangelio de hoy nos permite invertir los términos del aforismo popular y afirmar que «corazón que no siente, ojos que no ven». Es el amor el que nos abre los ojos para ver todo lo que de «resurrección» hay en este mundo donde tan presente está la muerte. Por eso necesitamos mantener una relación estrecha con Jesús –recostarnos en su pecho, como el discípulo amado- que nos abra los ojos y nos dé vigor para testimoniar- que, más allá de las vendas y lienzos funerarios que tanto abundan en este mundo- que Él vive.
D. de Pascua. (B). Mc.16,1-7. 31 de marzo de 2024
Tomás Priego Martínez.