La presencia del Señor resucitado es la manifestación de que Dios es “el amigo de la vida” (Sab 11,26). Los hombres hemos quebrado el frasco de perfume de Jesús de Nazaret, pero, al hacerlo, su aroma se esparcido por todo el universo. Se rompen los cuerpos en los campos de batalla y en los desiertos del hambre, pero la VIDA está más allá, donde la vida y la muerte se mecen en los brazos del amigo de la vida. Es la última confianza que Dios nos ofrece por medio de Jesús resucitado que, en el fondo del corazón y en medio de la batalla, nos comunica su PAZ.